El Valor de las Cosas
En su libro Stuff: Compulsive Hoarding and the Meaning of Things (2010, en Revisionist History, T05:E01, 2020), el psicólogo Randy Frost argumenta que la razón por la que solemos acumular y conservar cosas es porque tendemos a agregarles un valor instrumental (de utilidad), un valor emocional y/o un valor estético.
Hacia el Otro Lado
Uno de mis mejores amigos, antes de irse a vivir a EE.UU., me contó que sus tíos, quienes viven allá desde hace años, le dijeron que “con gusto lo recibían, pero que nada más tenían disponible el garage por el momento”.
Para no hacerles el cuento tan largo, mi amigo ya lleva más de tres años viviendo ahí, en ese mismo garage por el cual empezó pagando $200 USD y por el que ahora paga $300. Al tipo de cambio de hoy*, eso equivale más o menos a unos 5,000 MXN. ¿Increíble, no? Sí, aquí en Xalapa, pudiera disponer de $5,000 pesos para rentar, seguramente me alcanzaría para un departamento muy decentito, o hasta una casita, pero bueno, esa es otra historia.
El Garage
Mi amigo dice que gana bien, tan bien que podría rentar una habitación, pero que sigue feliz viviendo en el garage, porque a pesar de todo, dice, “el garage tiene sus encantos”, ademas de que es mucho mas barato. Según él, una habitación mediana ronda entre los $700 – 800 USD.
A mi pregunta de cuáles eran esos ‘encantos’, me respondió que cuando vives en un garage nunca te sientes solo porque siempre te acompañan un centenar de objetos que nadie quiere ver dentro de su casa, pero que tampoco se atreven tirar a la basura.
Básicamente, le dije bromeando, el garage es lo que la bodega del MET al propio museo, ¿no? Es decir, un lugar donde se almacenan miles de objetos para los que ya no hay espacio dentro del museo, pero que son muy “valiosos” como para desechar. ¡Ándale!, dijo, algo así.
Me explicó entonces que vive entre docenas de cajas que guardan sólo Dios sabe qué, y que si pusiera en acción sus virtudes adivinatorias –como en Wedding Crashers (2005), cuando Owen Wilson le asegura a la increíblemente preciosa Rachel McAdams que puede adivinar el contenido de los regalos– está seguro que alguna de todas estas cajas contiene papeles, por ejemplo, cientos de papeles: recibos, estados de cuenta de bancos, tickets de compra, etc. Y que también no le cabe la menor duda de que en algunas de las otras cajas debe haber zapatos, muchos zapatos, incluidos al menos un par de botas para hacer hiking.
“¿Por qué será que nos gusta guardar tanta chingadera?” me preguntó intrigado.
“Mira,” le dije, “todos compramos, usamos/nunca usamos cosas de las que después nos cuesta mucho deshacernos, ¿no es así?”.
“Ajá. Pero, ¿por qué?”.
“¿Te acuerdas de las Pepsi Cards?”, le pregunté. “Yo conservo el equivalente a las Pepsi Cards, pero de Dragon Ball. Su utilidad realmente no sé cuál sea, le fui honesto, pero definitivamente sé que tienen un valor sentimental y estético”.
“¡Oh, sí!”, dijo en un español un tanto americanizado.
Sabes, me siguió contando, dentro del garage también estoy flanqueado por electrodomésticos. De un lado de mi sofacama hay dos refrigeradores, y del otro una lavadora, una secadora, y una televisión. Me gusta pensar que en caso de algún ataque alienígena, los electrodomésticos se antropomorfizarán y me protegerán porque conservo la clave para salvar su estirpe.
Anyways, continuó diciendo, voy a seguir viviendo aquí en el garage hasta que: o la renta de un cuarto baje a un precio muy muy accesible, o el garage se llene de tantas cosas que mi humanidad se empiece a mimetizar con los objetos y mis tíos opten por guardarme dentro de una caja también.
Ojalá sea la segunda, le dije y los dos nos reímos.